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¿Sirve la homeopatía?

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¿Cómo hacemos para ganar un discusión? Tanto a nivel futbolístico como político, social, culinario, sexual y unos 800 mil etcs. la receta es bastante simple. Agarramos un poquito de argumentos, le agregamos una pizca de emotividad, quitamos aquellos detallecitos que no nos convienen y lo acompañamos con unas finas hojas de exageración.

Pero pensar que tenemos razón ¿nos acerca a la verdad? Desde hace unos cuantos años (o siglos) la verdad se dirime en el cuadrilátero científico. Allí es donde el conocimiento llega desde la más utópica objetividad y se enfrenta cara a cara con los hechos. Completamente alejada de una discusión pasional que nos puede brindar un Boca-River.

Entonces paremos un poco la pelota y marquemos la cancha gracias al aporte del conocimiento. Para ganar una discusión básicamente tenemos que, como mínimo, basarnos en evidencias experimentales. De esta forma es como la ciencia puede comprender si algo es malo o bueno. Si sirve o no. Si me cura o no me hace nada.

Y si hablamos de curar y de hacer nada ¿Por qué no hablamos de homeopatía? La homeopatía nace hace mucho tiempo, algo así como 200 años. Sí, cuando Argentina era un virreinato, no había aviones, no había Internet, ni muchas evidencias científicas sobre la medicina. ¿Por qué? Porque el microscopio se había inventado hace muy poco. Por lo cual, si bien se sabía de la existencia de microbios, faltaban 100 años para que la humanidad (Pasteur) se avive de que estaban relacionados con enfermedades.

Imaginemos un mundo como en el 1800 y tratemos de deducir el tipo de diagnósticos que los médicos sin muchas herramientas experimentales podían brindar. Imaginemos los hospitales y los tratamientos. En ese mundo, en donde muchas enfermedades se sanaban con sangrías (sí, que pierda sangre) un tal Samuel Hahnemann decidió hacer experimentos basados en la idea que lo similar cura a lo similar (“Similia Similibus Curentur”).

¿De donde sacó esa idea? Samuel se basó en la idea de un tal Cullen, que postulaba que la fiebre podría curarse con pequeñas dosis de Quinina (un extracto de la corteza de un árbol llamado Quino). Pero que si la dosis que se aplicaba era muy alta producía el efecto contrario (fiebre). Es decir en concentraciones altas generaba síntomas, en muy bajas las curaba. ¡EUREKA! Hete aquí toda la evidencia experimental.

¿Entonces como hacer una posible cura a una enfermedad bajo la doctrina homeopática? Diluir, diluir y diluir. Bajar la concentración mucho pero mucho a fin de generar la salvación y… la inmortalidad (perdón era un chiste).

Para el gran Samuel la idea era tomar un principio activo y diluirlo 100 veces. A eso diluirlo otras 100 veces y a eso 100 veces más. Bueno, así 30 veces. Es decir que por cada molécula de principio activo hay 1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000 de moléculas de agua.

Para imaginarlo es algo así: 1 mililitro que pasó por todas esas diluciones llamadas 30C. Equivale a tener 1 mililitro diluido en el volumen representado por un balde de agua esférico de 131,1 años luz de diámetro. Más o menos el volumen que ocupa 130 sistemas solares. En otras palabras algo así como encontrar una aguja en un pajar representado por una parte enorme de universo.

Bajo esa lógica por ejemplo para evitar la diarrea se toma una dilución de Excrementum Caninum. Para dormir una dilución de café y así miles de cosas similares.

Entonces ¿qué dice la ciencia sobre la homeopatía?

Según un estudio que reúne 57 revisiones de 176 estudios individuales sobre 68 condiciones de salud se encontró que no existen evidencias para confirmar que los tratamientos homeopáticos sean más eficaces que los placebos.

¿Cuál es la sorpresa?

Que en la actualidad muchas asociaciones médicas siguen formando profesionales. Profesionales que se basan en ninguna evidencia científica. Profesionales que utilizan la homeopatía para tratar desde insomnio hasta enfermedades infecciosas como HIV o malaria.

Ahora es la parte en la cual esperamos que las preguntas te la empieces a hacer vos.

*Dr. Fabricio Ballarini. Investigador CONICET. Laboratorio de Memoria, IBCN, Facultad de Medicina (UBA)

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