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Resiliencia: cómo transitar una vejez con bienestar y armonía

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Para transitar una ancianidad activa y placentera es necesario prepararse y diseñar un plan de acción basado en nuestras potencialidades y en la aceptación de nuestras limitaciones. De esto se trata desarrollar una “estrategia de envejecimiento”. Envejecer puede resultar, por sí mismo, una experiencia traumática o por el contrario puede significar un estado de bienestar, es decir, que una vejez resiliente es posible.

Prestigiosos científicos nacionales y extranjeros arribaron a esta conclusión la semana pasada en la 2° Jornada Internacional de la Sociedad Argentina de Psicoinmunoneuroendocrinología sociedad científica que nuclea a los principales referentes en la materia de nuestro país. En dicha jornada, los disertantes abordaron diferentes temas vinculados con la salud y la enfermedad. Los ejes temáticos que fueron materia común en las distintas exposiciones tuvieron relación con dos aspectos de particular relevancia y de mucha actualidad: “epigenética” y “resiliencia”.

Epigenética

Es una rama de la investigación científica que estudia todos aquellos factores que pueden incidir sobre la expresión génica. Analiza aquellas variables medioambientales (clima, exposición a tóxicos), psicosociales (pobreza, aislamiento social, soporte vincular, afectividad), culturales e incluso espirituales que impactan sobre la salud y la enfermedad. Desde el punto de vista de la epigenética, la salud y la enfermedad son vistas como un proceso bidireccional sometido a un interjuego permanente. La activación o el apagamiento de genes inclinarán la balanza hacia uno y otro lado. Se puede enfermar o curar en relación con la expresión (encendido) o la silenciación (apagado) de diferentes partes del ADN.

La epigenética cuestiona fuertemente el determinismo de la genética clásica. La inmensa mayoría de las cosas –buenas o malas- que nos sucedan en la vida tendrán más que ver con nuestra conducta social (hábitos, alimentación, relación con otras personas, historia de vida) que con la anatomía de nuestro genoma. Somos mucho más que nuestros genes.

La resiliencia

Ser padres de nuestros padres. Como afrontar la difícil tarea de ser padres de nuestros padres nos cuesta acompañar la vejez y el deterioro de quienes nos dieron la vida padres e hijos

Es la capacidad que tienen algunas personas de continuar con su desarrollo psíquico luego de haber sufrido un trauma. Para que ello ocurra deben confluir factores biológicos, psicológicos y sociales. Y sobre todo, vinculares. Es necesario que alguien vuelva a dar confianza y apoyo incondicional y que se le dé un sentido al dolor. Cada uno de nosotros se enfrentará alguna vez con una situación de profundo dolor que amenazará con romper nuestro equilibrio emocional y corporal. Una experiencia traumática significativa producirá un “impacto”, un golpe, una marca, una huella, un cambio en nuestra manera de pensar y de sentir. A partir de ella –la experiencia traumática- nuestra biología y nuestro psiquismo serán diferentes. Ya no seremos los mismos, nuestro organismo tendrá, necesariamente, que adaptarse. Será mandatorio construir un “nuevo equilibrio” para evitar caer en la enfermedad.

Estos mecanismos adaptativos son de tipo cognitivo-conductual , vinculares y psicoafectivos. Si son eficientes, producirán cambios bioquímicos protectores. Se reestablecerá así un nuevo equilibrio emocional que tendrá su correlato biológico. Por el contrario, si los recursos de afrontamiento no son los adecuados, la respuesta biológica será “disfuncional” –enferma-. Se producirán cambios en los niveles de hormonas y diversos mediadores químicos (cortisol, adrenalina, serotonina, entre otros) que resultarán perjudiciales para cada una de nuestras funciones fisiológicas –la circulación, la respiración, la digestión, la inmunidad, etc.).

Dicho de manera más sencilla, enfermar o mantenerse sano a partir de una experiencia traumática –una amenaza o una situación que pone en peligro la propia vida o la de un ser querido, por ejemplo- dependerá de la estrategia que utilicemos para elaborar la pérdida,del soporte afectivo con el que contemos en ese momento y de la historia vincular de soporte de los primeros años de la vida. La resiliencia es, finalmente, una construcción intersubjetiva.

Estrategia de envejecimiento

Durante la 2° Jornada Internacional de la SAPINE, diferentes expositores abordaron la temática de la vejez y la resiliencia. A partir de su experiencia clínica y de investigaciones en la materia, resaltaron la importancia de desarrollar una “estrategia de envejecimiento”, en la cual es necesario prepararse y planificar acciones con base en nuestras potencialidades y en la aceptación de nuestras limitaciones.

Al contrario de lo que vulgarmente se cree, las investigaciones científicas demuestran que más de la mitad de las personas mayores de 70 años se sienten felices. Los investigadores denominan a este fenómeno “efecto paradojal de la vejez”. ¿Cuáles son los motivos por los cuales unos experimentan bienestar y otros no soportan sus limitaciones físicas? Justamente éste es el punto de inflexión que separa a ambos grupos, envejecer sanamente implica necesariamente aceptar que “ya no somos los de entonces”.

Pretender compararnos con el muchacho que fuimos a los 20 nos conducirá, irremediablemente, a la decepción. La vida aún podrá sorprendernos, surgirán nuevas oportunidades, nuevos proyectos –quizás aquellos forzosamente relegados durante la juventud-, cosecharemos nuevas amistades, dispondremos de más tiempo para descansar, en fin, las ventajas pueden ser muchas. Solo es cuestión de ponerlas en práctica.

Herramientas para una vejez resiliente

Los expositores aportaron valiosas herramientas para la construcción de una vejez resiliente. Destacaron la necesidad de construirse un relato, de “hablarse a uno mismo”, convencerse de que todavía podemos hacer muchas cosas gratificantes a pesar de la edad, generar cambios respecto de uno mismo, buscar otros lugares donde pueda ser yo, inventarse otros “yoes” (el músico, el pintor, el artista plástico; tantas veces relegados por las obligaciones cotidianas), buscar nuevas aspiraciones que no compitan con el que yo era, compararse con otros viejos, no con los jóvenes. “Para mi edad estoy bien” es un objetivo a lograr.

Recomendaciones

  • Realizar actividades que nos puedan hacer sentir útiles.
  • Fomentar los vínculos interpersonales, la construcción de nuevos lazos sociales y el reforzamiento de los existentes. Las personas que sufren aislamiento social presentan un riesgo de muerte 31% mayor que aquellos que tienen un sostén vincular adecuado. De la misma manera, se demostró que sufren mayor deterioro cognitivo y son más propensos a la enfermedad de Alzheimer.
  • Crear dimensiones de futuridad accesibles. Plantearse objetivos a corto plazo y renovarlos en forma permanente.
  • Hacer actividad física reglada, acorde a las posibilidades físicas de cada uno.
  • Alimentarse saludablemente.
  • Mantener una buena higiene.
  • Dormir bien. Es fundamental en todas las etapas de la vida pero en la vejez cobra particular relevancia. A medida que avanza la edad, el patrón normal del sueño se va alterando. Los trastornos del sueño afectan a más del 50% de los mayores de 65 años de edad que viven en comunidad y a las dos terceras partes de los pacientes que están institucionalizados (geriátricos, sanatorios privados, hospitales). Interfieren seriamente en su calidad de vida, en su estado anímico y como consecuencia en la potencialidad para la realización de las actividades diurnas. Cuando se duerme mal se conforma un círculo vicioso que impacta significativamente en el estado de salud: insomnio/somnolencia diurna/fatiga/ánimo deprimido/sedentarismo/mayor insomnio. En el anciano disminuye, no solamente la cantidad de horas de sueño, sino que se altera su arquitectura: aumenta el sueño superficial y disminuye drásticamente el sueño profundo. El sueño profundo –sueño lento y reparador, durante las fases 3 y 4 del sueño es fundamental para mantener un adecuado estado de salud. Durante el mismo se producen una serie de eventos fisiológicos esenciales para mantener el funcionamiento adecuado de muchas funciones orgánicas: la actividad cardiovascular, la inmunidad, el rendimiento cognitivo, la depuración de sustancias tóxicas producto del metabolismo corporal, entre otras.
  • Con respecto a quienes necesitan ser hospitalizados por alguna enfermedad en particular o por alguna intercurrencia en su patología de base, numerosas investigaciones demuestran que la hospitalización prolongada acrecienta el riesgo de complicaciones, tanto físicas como psicoafectivas. Cuando un paciente padece una enfermedad crónica y requiere cuidados médicos sostenidos, mantener, dentro de los límites posibles, su cotidianeidad es de capital importancia. En nuestra vasta experiencia en el abordaje domiciliario de pacientes con patologías crónicas, podemos comprobar a diario los beneficios que significa la reincorporación temprana de los enfermos al hogar cuando por algún u otro motivo necesitaron una internación. La internación domiciliaria ofrece la posibilidad de trasladar el equipo terapéutico a la propia casa del enfermo con la enorme ventaja de facilitar la participación activa de la familia. Está comprobado que la fortaleza del sostén vincular favorece la resiliencia y afecta positivamente la calidad de vida de los pacientes. La permanencia en el hogar favorece, entre otras cosas, la eficiencia del sueño, la calidad de la alimentación y la posición subjetiva del paciente frente a su enfermedad. Se ha comprobado que tienen una actitud más esperanzadora frente a su padecimiento.

Construir una vejez resiliente es posible. Los hábitos que adoptemos serán fundamentales para alcanzar el bienestar en esta etapa de la vida que nos sigue ofreciendo nuevos desafíos.

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