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Qué relación tiene la inflamación con la depresión

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Que la depresión es en la actualidad una epidemia es un dato ya muy conocido tanto como los pronósticos que anuncian que irá en aumento: la Organización Mundial de la Salud predice que para 2030, más personas sufrirán de depresión que de cualquier otra condición médica.

Por esta razón se entienden las numerosas investigaciones que se realizan en distintas partes del mundo para comprender sus causas y encontrar tratamientos que resulten efectivos.

Con el correr de las décadas la depresión dejó de ser considerada una enfermedad sin una base física que la explique hasta conocerse en la actualidad que coexiste con alteraciones químicas cerebrales y cambios hormonales por el desajuste en ciertos ejes, especialmente los vinculados a la glándula suprarrenal y a la tiroides.

Recientemente las investigaciones apuntan también al sistema inmunológico (aquel que se ocupa de las defensas del organismo) ya que se detectó una franca relación entre procesos inflamatorios y la aparición de cuadros depresivos y una falta de respuesta a la medicación antidepresiva.

Tan importante es esta vinculación que el profesor Ed Bullmore, jefe del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, afirma que ya “está bastante claro que la inflamación puede causar depresión” y que se está desarrollando un nuevo campo que es la “inmuno-neurología”. Aclara también que la relación entre los trastornos del estado de ánimo y la inflamación es sólida, lo que se puede apreciar en pacientes tratados con fármacos pro-inflamatorios que desarrollan cuadros depresivos posteriores a su administración.

Los procesos inflamatorios ocultos dentro del organismo –como consecuencia de una enfermedad o un estilo de vida poco saludable– no sólo dañan al cuerpo físico sino también pueden afectar el estado de ánimo mediante la activación de unas moléculas inflamatorias (llamadas citoquinas) que producen una reacción en cadena que termina, entre otras cosas, en la disminución de los niveles de serotonina cerebral y el aumento del glutamato, dos sustancias claves para la aparición de los síntomas depresivos. Este enfoque es compatible con los conocimientos actuales que predicen que la dieta, el estrés, la escasa actividad física, fumar, las alteraciones gástricas, el mal dormir, la deficiencia de vitamina D y otros factores se asocian con respuestas inflamatorias.

En octubre de 2016 una revisión de trabajos de investigación publicados en la revista Molecular Psychiatry, expresaba que los fármacos antiinflamatorios de nueva generación, usados en los trastornos del sistema inmune o trastornos reumatológicos, han demostrado no sólo ser eficaces para reducir la inflamación sino también para mejorar la depresión.

Es importante destacar que hasta un tercio de las personas depresivas tienen elevados niveles de citoquinas, lo cual se puede determinar con un análisis de sangre.

La relación inflamación-depresión crea un nuevo entorno para el desarrollo de posibles tratamientos en pacientes con depresiones severas, prolongadas o que no responden a los tratamientos habituales.

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