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¿Puede una lesión cerebral cambiar la personalidad?

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En 1848 Gage vio como una barra se le clavaba en el cráneo, un accidente que cambió totalmente su vida

¿Existe el alma?¿Tenemos en nuestro interior, como defendían filósofos de la talla de Platón o Descartes, entidades no físicas completamente separadas del cerebro? El debate sería infinito. Psicólogos, teólogos, sociólogos, médicos… especialistas en un montón de ramas darían una opinión que podría considerarse válida.

De acuerdo con las teorías más clásicas, el alma es el lugar donde residen las experiencias humanas. Albergan nuestra personalidad, nuestra capacidad para manejar emociones y comportamientos, nos permite reaccionar ante el mundo que nos rodea y responder a través del razonamiento moral.

“Muchos se sienten confortados pensando que el alma no necesita el cerebro, y la vida mental puede continuar después de la muerte”, apunta Leanne Rowlands, investigadora de la School of Psychology de la Bangor University en un artículo publicado en la revista The Conversation . “Pero si lo que somos se atribuye a una sustancia no física independiente del cerebro, el daño a este órgano no debería cambiar a una persona”, señala.

El problema es que cada vez hay más evidencias neuropsicológicas, dice la autora, que niegan este principio. Y, como ejemplo, el sorprendente caso de Phineas Gage. En 1848, el protagonista de esta historia, de 25 años, trabajaba como capataz en una compañía ferroviaria y, durante las obras de construcción de una vía, necesitó usar explosivos para destruir la roca.

El joven cogió la pólvora y una barra para apisonar la tierra.Una inoportuna distracción ocasionó un accidente fatal. Gage detonó el polvo y la dinamitas estalló, enviando la varilla apisonadora a través de su mejilla izquierda. Le atravesó el cráneo a través de la parte frontal de su cerebro, saliendo por la parte superior de su cabeza a alta velocidad.

“Tras revisar el caso con métodos modernos se ha descubierto que el sitio que probable recibió la mayor parte del daño fue su corteza prefrontal”, apunta Rowlands. Phineas Gage cayó al suelo, aturdido pero aún consciente. Los médicos de la época hicieron todo lo posible por salvarle la vida y lo consiguieron.

Incluso se podría decir que los resultados de las curas fueron excepcionales. Su cuerpo se recuperó totalmente. Aún así, algo había cambiado. El joven capaz ya no era la misma persona. Antes del incidente, Gage era una persona inteligente, elegante y respetable. De golpe se volvió un tipo irresponsable, grosero y agresivo. Ahora era descuidado e incapaz de tomar buenas decisiones. Sus amigos apenas le reconocían.

“Un caso similar -apunta Leanne Rowlands- fue el del fotógrafo Eadweard Muybridge. En 1860 se vio involucrado en el accidente de una diligencia y sufrió una lesión cerebral en la corteza orbitofrontal (parte de la corteza prefrontal). No recordaba el accidente y desarrolló rasgos que no se parecían a su yo anterior”.

Muybrudge se volvió agresivo, emocionalmente inestable, impulsivo y posesivo. En 1874, al descubrir la infidelidad de su esposa, disparó y mató al hombre involucrado. Su abogado declaró que Eadweard se había vuelto loco por culpa de la magnitud de los cambios de personalidad posteriores al accidente. “Algunos de los testimonios que participaron en el juicio enfatizaron que ‘parecía un hombre diferente’”, cuenta la investigadora.

“Uno de los ejemplos más controvertidos es el de un profesor de 40 años que, en el 2000, desarrolló un gran interés en la pornografía, particularmente la pornografía infantil. El paciente hizo todo lo posible para ocultar este interés, que reconoció que era inaceptable. Pero incapaz de frenarse, continuó actuando según sus impulsos sexuales”, recuerda Rowlands.

El hombre incluso llegó a poner los ojos en su hijastra, lo que conllevó que le retiraran la custodia, lo obligaran a abandonar el hogar familiar y le acusaron de pedofilia. “Más tarde se descubrió que tenía un tumor cerebral que afectaba parte de su corteza orbitofrontal, lo que alteraba su función. Los síntomas se resolvieron con la extirpación del tumor”, afirma la neuropsicóloga.

”Estos ejemplos extremos, dan idea -asume Leanne Rowlands- de cómo el daño a estas partes del cerebro dan como resultado cambios de personalidad severos. La corteza prefrontal tiene un papel en el manejo de las conductas, la regulación de las emociones y la respuesta. Por eso tiene sentido que el comportamiento desinhibido e inapropiado, la psicopatía, el comportamiento delictivo y la impulsividad se hayan relacionado con problemas en esta área”.

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