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Michel Sidibé: «No hemos acabado con el sida, pero podemos hacerlo»

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El último informe de ONUSIDA trae buenas noticias. «El alcance de la prevención y las opciones de tratamiento para el VIH nunca han sido tan amplias como hoy», resume Michel Sidibé, director ejecutivo del programa de Naciones Unidas, en el prefacio del texto. «No hemos acabado con el sida, pero podemos hacerlo», remacha. Y apoya sus palabras en cifras: en junio de 2016 tenían acceso a la terapia antirretroviral 18,2 millones de personas, una cifra que supera en 2,4 millones la de junio de 2015 y es más de dos veces superior a la de 2010 (7,5 millones).

La denominada estrategia ‘Fast-Track’, la vía rápida para combatir la epidemia que, entre otras cosas, pretende conseguir que en 2020 el 90% de los infectados con el VIH conozca su situación, que el 90% de los portadores reciba tratamiento, y que el 90% de quienes lo reciben logre negativizar su carga viral «está funcionando», asegura Sidibé. Por ejemplo, en la prevención de nuevas infecciones en los niños, que actualmente son un 51% inferiores a las de 2010 (150.000 en 2015).

Pero los retos son aún tan grandes y los avances tan frágiles que no se puede en ningún caso lanzar las campanas al vuelo, reconoce el director.

«Es una paradoja. Estamos viviendo una época de grandes progresos, pero a la vez de desafíos crecientes», coincide Luiz Loures, director ejecutivo de Iniciativas Globales del programa en conversación telefónica con este periódico.

En el mundo sigue habiendo 36,7 millones de personas que viven día a día con el VIH, de los cuales casi 20 carecen de acceso a las terapias. En 2015, 2,1 millones de personas contrajeron la infección, y, aunque se han conseguido una importante reducción en las nuevas infecciones en niños – porque se ha logrado que el 77% de las madres afectadas tengan acceso al tratamiento-, desde 2010 las cifras de nuevas infecciones en adultos permanecen estables. Cada año desde 2010, cerca de 1,9 millones de adultos se han infectado con el VIH.

Las muertes relacionadas con el sida han disminuido en un 45% con respecto a las de 2005, donde se registraron los máximos históricos, pero aún así, en el último año 1,1 millones de personas en todo el mundo murieron por causas relacionadas con el sida.

Hay mucho trabajo por hacer, señala el informe. Y la realidad es que sobre la lucha contra el sida sobrevuelan importantes amenazas que, si no se combaten adecuadamente, no sólo pueden hacer peligrar los logros conseguidos, sino volver a ‘alimentar’ la epidemia.

Una edad, un programa

Es necesario, por ejemplo, potenciar las iniciativas que abordan la lucha contra el VIH desde un enfoque centrado en las distintas etapas de la vida, subrayan los expertos.

En ese sentido, el informe señala que la transición de las jóvenes adolescentes a la edad adulta es una etapa especialmente vulnerable -principalmente en África, que sigue siendo el continente más castigado por el sida-. «Las chicas se enfrentan a una triple amenaza», señala Sidibé. No sólo porque tienen un riesgo más alto de contraer la infección, sino porque sufren un escaso acceso a las pruebas diagnósticas y también presentan una escasa adherencia al tratamiento. «El mundo está fallando a las mujeres jóvenes y de forma urgente necesitamos hacer más por ellas», señala.

Uno de los objetivos en esa línea es romper el llamado «círculo de infecciones». Según han demostrado recientes estudios en Sudáfrica, los hombres adultos adquieren la infección a través de relaciones con mujeres adultas y, después, transmiten el virus a adolescentes y mujeres jóvenes, que completan el círculo cuando crecen.

El informe destaca que, entre 2010 y 2015 el número de nuevas infecciones entre las mujeres de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años apenas ha descendido un 6% (De 420.000 a 390.000), por lo que haría falta una reducción del 74% si se quiere alcanzar el objetivo fijado para 2020 de reducir a menos de 100.000 las nuevas infecciones anuales entre mujeres jóvenes.

«Es una realidad global, no sólo en África. La epidemia está afectando especialmente a grupos vulnerables, como las mujeres jóvenes. Es una manifestación clara de las inequidades de género, que también se reflejan en otros ámbitos», subraya Loures.

«Por eso, es necesario empoderar a las jóvenes para que tengan más control sobre sus derechos sexuales y reproductivos«, coincide el portavoz de ONUSIDA con las las conclusiones del trabajo. Pero, además, añade, «también tenemos que innovar y buscar la forma de que el mensaje alcance a los hombres. Es un punto fundamental, porque si no, no podremos cambiar el signo de la transmisión del virus».

Otros colectivos vulnerables, como el de los hombres que tienen sexo con otros hombres, continúa Loures, también merecen especial atención. «La epidemia está creciendo en este grupo, y si uno mira los recursos destinados a hacerle frente son muy inferiores al volumen del problema», aclara.

Por otro lado, explica, también es necesario abordar de forma específica al colectivo de personas mayores que viven con VIH. El acceso y la calidad de los tratamientos ha permitido que en 2015 haya más personas que nunca antes que tienen más de 50 años y viven con VIH (unos 5,8 millones). Pero este grupo tiene hasta cinco veces más riesgo de desarrollar una enfermedad crónica, por lo que es necesaria una estrategia que responda a este hecho y a los altos costes sanitarios a largo plazo que esto supone, apunta el informe.

Asimismo, hay que poner el foco en un grupo creciente, el de los niños que nacieron con VIH a comienzos de siglo y están entrando ahora en la adolescencia. Este grupo es el que muestra una peor adherencia a los tratamientos y una peor eficacia de las terapias.

En general, las necesidades específicas de los adolescentes necesitan un abordaje específico que contemple potenciar la prevención -que los chicos y chicas permanezcan más años en la escuela es clave-, mejorar el acceso a los diagnósticos y a la circuncisión, y facilitar el seguimiento de la medicación una vez iniciada.

Resistencias

Otra de las importantes amenazas que señala el informe es la resistencia a los fármacos. No sólo a los antirretrovirales, sino a los antibióticos y a las medicinas para la tuberculosis que un gran número de seropositivos necesitan para vivir. Los costes de ese ‘fallo’ de las terapias serán pronto «insostenibles», por lo que es necesario asegurar un buen uso de las terapias disponibles, así como «acelerar y expandir» la búsqueda de nuevos tratamientos. En ese sentido, las conclusiones del informe señalan los avances conseguidos en el logro de una vacuna.

El texto también hace hincapié en la necesidad de fomentar una mayor sinergia con programas de tuberculosis, hepatitis C, papilomavirus y cáncer de cuello de útero, algunas de las enfermedades que en mayor medida afectan a las personas con VIH y que no siempre se tienen en cuenta en las unidades de atención a los seropositivos.

Por otro lado, mantener una adecuada financiación de la lucha contra el sida es otra de las claves necesarias para derribar los desafíos pendientes. «Dado que no se ha producido una reducción en el número de nuevas infecciones entre adultos en los últimos cinco años y los números crecientes de infecciones en algunas regiones del mundo, debemos darnos cuenta de que si hay un resurgimiento de las infecciones por VIH ahora, la epidemia se volverá imposible de controlar», señala Sidibé, quien hace un llamamiento a líderes, activistas, gobiernos y poblaciones para acabar de una vez por todas con el virus.

«Tenemos al alcance de la mano conseguir las metas fijadas para 2020 y 2030. Pero para ello tenemos que hacer frente a los importantes desafíos que se plantean, como conseguir que las chicas jóvenes no sean un colectivo vulnerable. Podemos hacerlo, así que debemos esforzarnos para que esa generación sea la que ponga fin a la epidemia», concluye Loures.

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