
Puede compararse con una pesadilla por tres razones. Porque sólo ocurre cuando dormimos, porque uno no es consciente de que la padece y porque deja un gran malestar a su paso. Pero la apnea obstructiva del sueño es mucho más que eso. Cada vez hay más evidencias que muestran que el trastorno está íntimamente relacionado con enfermedades que, a priori, nada tienen que ver con el descanso, como la hipertensión o el cáncer. De hecho, una investigación española acaba de demostrar los lazos que ligan la apnea con una mayor agresividad de los melanomas.
Cuando existe una apnea obstructiva del sueño, esas pausas, cuya duración es variable, se producen más de cinco veces por hora (30 veces o más en los casos más graves) y suelen finalizar con un sonido brusco y fuerte a partir del que la persona vuelve a respirar. Quien los padece no se da cuenta, pero estos episodios, que van acompañados de ronquidos, no sólo alteran sus patrones de sueño sino que provocan una disminución intermitente pero considerable de sus niveles de oxígeno en sangre, lo que pone en marcha toda una cascada de alteraciones metabólicas con ramificaciones muy extensas.
Está demostrado, por ejemplo, que con cada episodio de apnea el organismo provoca, entre otros efectos, una ‘descarga’ del sistema simpático que eleva la presión arterial y aumenta la frecuencia del ritmo cardiaco. La repetición constante de este patrón consigue que, a medio plazo, la hipertensión llegue a cronificarse y aparezca también durante el día, tal y como han demostrado numerosos estudios epidemiológicos. De hecho, algunos trabajos sugieren que pueden llegar a producirse aumentos de hasta 30 mm Hg en la tensión arterial.
«Hay una gran evidencia de la relación entre la apnea del sueño y la hipertensión», apunta el doctor Miguel Ángel Martínez-García, neumólogo del Hospital La Fe de Valencia, quien aclara que la principal responsable de este fenómeno es la falta de oxígeno que se produce con cada episodio de apnea. «La hipoxemia intermitente pone en marcha mecanismos semejantes a los que se producen en las enfermedades cardiovasculares». En ese sentido, aunque menor que en el caso de la hipertensión, también hay una considerable evidencia científica que liga, por mecanismos semejantes, la apnea con una mayor incidencia de infartos e ictus.
El equipo del dr. Martínez-García se encontraba precisamente estudiando la mortalidad cardiovascular en un grupo de ancianos con apnea del sueño cuando, de forma accidental, observó un llamativo incremento en el número de fallecimientos debidos al cáncer. En aquella muestra de pacientes, las muertes por tumores malignos triplicaban a las encontradas en el grupo control, lo que puso a los investigadores sobre la pista de una posible relación entre ambas enfermedades.
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