La alopatía, la homeopatía, la fitoterapia, la acupuntura, la terapia neural, la medicina bio u orthomolecular, como prácticas médicas, cada vez se dividen más. De esta manera el paciente corre buscando ayuda sin saber a ciencia cierta en qué y en quién confiar. La salud es una sola y por el bien de todos, la ciencia debería dejar su ego de lado y unirse a otras prácticas para su real fin último: la salud.
Antes, las pastillas eran asociadas con las dolencias de las personas mayores. Ahora, se usan para todo. Se usan pastillas para dormir, para afrontar un duelo, para viajar en avión.
Se medicaliza el fracaso, la tristeza, el aburrimiento, la menstruación, la infelicidad, la soledad, los sentimientos, o las desilusiones del amor. Así nos convertirnos sistemáticamente en pacientes.
Todo se presenta como patológico. Estar enfermos ya es lo normal, lo que conlleva ser sometidos a un tratamiento.
Medicalizar es el proceso de convertir situaciones normales en cuadros patológicos y pretender resolver, mediante la medicina, situaciones que no son médicas, sino personales, sociales o propias de las relaciones interpersonales.
Esta forma de ver la salud y la enfermedad, esta dirigida a que el paciente se mantenga enfermo crónicamente, a que no se muera y siga comprando medicamentos que son totalmente sintomáticos: desde hipnóticos para dormir, ansiolíticos para estar bien durante el día y antidepresivos, anti hipertensivos, antiácidos y fundamentalmente todo tipo de sustancias que no solucionan ningún problema, pero sí calman el síntoma.
Parches sobre cada síntoma
El concepto de salud según la OMS responde al «bienestar físico, psíquico, social y espiritual». La medicina occidental no forma a sus médicos en el mundo occidental, como sí ocurre en el oriente.
La medicina occidental tradicional enfoca siempre la enfermedad: en la facultad de medicina, desde el primer año se enseña qué son las enfermedades, comó se rompe el cuerpo, desde la célula, los órganos, los sistemas o como queda luego de que se rompió. Así, los médicos en occidente formamos nuestra mente desde la perspectiva del paciente enfermo, con síntomas y signos patológicos, con análisis anormales, con biopsias que ya nos dan el diagnostico de cáncer o de enfermedades avanzadas, como la artrosis.
Con esta mentalidad sabe muy bien colocar parches sobre cada síntoma: para el dolor, un analgésico; para la inflamación, un anti inflamatorio; para la acidez, un antiácido; para la infección, un antibiótico; para el insomnio, un somnífero; para la ansiedad, un ansiolítico; para el pánico, un antipanicoso; para la depresión, un antidepresivo.
Finalmente, cuando vamos al médico. siempre nos llevamos la receta de un «anti», del que nos podemos hacer dependientes por mucho tiempo (y además acumular sus efectos adversos).
Este sería un ejemplo de una rueda que no se termina más: «me duele la espalda y me dan un anti inflamatorio, pero al tiempo tengo acidez, entonces me dan un antiácido. Luego, a causa de la acidez como más para calmar mi estomago y engordo. Entonces me sube el colesterol y, me dan un anticolesterol. Luego pasa el tiempo y se me tapa una arteria y me operan con un «by pass» y me dejan con un anticoagulante mas un antihipertensivo, por si me subió la presión».
La medicina tradicional no tiene respuestas
En Vilcabamba, un valle del norte de Ecuador donde la temperatura anual es de 23 grados, se encuentra la población más longeva del mundo: superan los 130 años.
Los centenarios conservan su dentadura, su cabello, su potencia sexual, incluso tienen hijos a los 90 años. Tienen una vida social activa, no usan anteojos. No saben lo que es la jubilación y todos los días salen a trabajar la tierra andando en bicicleta y subiendo montañas.
Estas actividades las hacen toda la vida, tienen un estado atlético envidiable, comen lo que cultivan recen salido de la tierra. Son venerados por sus familias hasta la muerte. No saben lo que es le colesterol, ni tienen aterosclerosis, ni infartos, ni cáncer. Casi no van al médico.
Cuando llega la hora de partir se despiden sin preparativos, salen a trabajar y no vuelven, se echan a dormir y ya no se levantan. Llevan una vida humilde, tranquila, pero la terminan como aristócratas. Allí desde ya que, allí, existe una verdadera salud pública.
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